Empecemos aclarando que no todo lo que se publica en las redes y plataformas digitales es falso. Pero atento: sí hay desinformación intencionada. La Unesco considera que culpar a las redes sociales por todos los males de la desinformación y el mal periodismo «sería incorrecto». Indica que el uso malicioso termina socavando la confianza y el «diálogo informado» en la sociedad.

Lo primero que tienes que practicar para evitar la desinformación es la prudencia. Ese fue el primer acierto de Raquel y Juan.

Cuando lees una información que te causa una emoción, debes preguntarte: quién lo dijo, cuándo, dónde, a quién, ¿es una información pública?, ¿debo creerle a la persona que lo publica?, ¿existe evidencia? Practicando la prudencia, que es la ciencia del «fact checking», te cerciorarás de la precisión de la información.

Presta atención a este dato:

Un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en 2018, arrojó que entre 2016 y 2017, fueron difundidos 126.ooo rumores por 3 millones de personas alrededor del mundo. La conclusión fue que las informaciones falsas se difundieron seis veces más rápido que aquellas verificadas.

Tú no querrás ser una fuente de difusión de desinformación. Para evitarlo, no te apresures a retuitear o reenviar una cadena sin antes hacer un chequeo.

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La Unesco explica que un mundo de «hiper-información», valores como la credibilidad, independencia, precisión, ética profesional, transparencia y el pluralismo de opiniones en las publicaciones crean una relación de confianza con el público.

¿Cómo confiar en una fuente?

Cuando te llega un correo que te informa que tu servicio eléctrico será cortado por falta de pago, pero tú sí lo pagaste, ¿qué es lo primero que haces? Probablemente llamar a la compañía proveedora para que te expliquen.

Lo mismo ocurre con las noticias (solo que no puedes llamar a un presidente, por ejemplo, para preguntarle). Pero aún mejor, puedes ir a la fuente primaria para averiguarlo: a la página web oficial del gobierno, a sus cuentas en redes sociales verificadas, a la de sus ministros, etcétera.

Cuando esta información falsa llegó a las manos de Raquel y Juan (¿te acuerdas de ellos, verdad? los que lograron vencer a la desinformación), hicieron una revisión rápida de la fuente primaria, que en este caso era el presidente de Estados Unidos. No encontraron nada en sus redes sociales, ni en la Casa Blanca, ni en el Departamento de Estado. Medios reconocidos tampoco replicaban esa información. Ya era demasiado dudoso, para difundirlo. ¡Era falso!

Te podrás preguntar, ¿cómo si el usuario de Twitter tiene 80K seguidores puede ser falsa la información que publica?

  • ¡Es un error! En la era digital muchas personas asocian seguidores con veracidad. No es así. La cantidad de seguidores de una cuenta, persona o medio no determina la rigidez de sus publicaciones.
  • Analiza las fuentes (medios, periodistas, líderes) que sigues. Evalúa cuidadosamente sus mensajes. ¿Presentan pluralidad de opiniones?, ¿dónde o para quién trabajan?, ¿son fuentes confiables?, ¿qué han publicado o dicho anteriormente?

La Unesco también explica que un mundo de «hiperinformación», valores como la credibilidad, independencia, precisión, ética profesional,  transparencia y el pluralismo de opiniones en las publicaciones crean una relación de confianza con el público.